lunes, 17 de septiembre de 2007

Se busca a los verdaderos panistas

En 1994, justo cuando cumplí 18 años, participé en la campaña a Senador de Juan de Dios Castro y Federico Ling. Lo hice convencido de que personas con su integridad, claridad de ideas y fuerza argumentativa merecían ser representantes del estado de Durango ante la federación. Luego de ese intenso verano, en el que por toda la ciudad pegamos cartelones, visitamos casas, invitamos a mítines y reunimos a amigos para que se integraran a La Muchachada, me imaginé panista de a pie, de esos que le entran a la talacha, para el resto de mi vida. El PAN era para mí una excelente opción democrática para un país que los ciudadanos teníamos que recuperar y hacer nuestro. El PAN que me conquistó entonces era el partido liberal, democrático y moderno que pregonaba con el ejemplo y se esforzaba por formar ciudadanos, en un país hasta entonces dominado por una cultura de súbditos.

Parte de la normalidad liberal que vivimos hoy se debe a mexicanos como Juan de Dios Castro y Federico Ling. Ellos, y muchos otros, dedicaron años de su vida a la construcción de ciudadanía y democracia en nuestro país. Sin embargo el PAN, como institución, y muchos panistas, como individuos, han olvidado la tradición liberal y democrática que le dio origen y sentido al partido. En los últimos años, un influyente sector ha movido al PAN de la democracia liberal y plural de su origen al conservadurismo confesional e intolerante de nuestros días.

No escribo estas líneas como candidato a algo, mi como miembro de algún grupo, ni como esa persona que pensó que colocaría peldaños azules y tocaría puertas con panfletos en mano para ayudar a los apóstoles de la democracia. Tampoco escribo esto como alguien que pensó en educarse para estar a la altura del reto del PAN de construir una mejor comunidad, en un ambiente de libertad y de igualdades. Escribo estas líneas como un ciudadano decepcionado por la rápida asimilación e incluso reproducción de la “política tradicional” en la que cayó el PAN en Durango. Escribo esto como parte de esos que no se dan por vencidos ni piensan claudicar en la construcción de una sociedad mejor. Y lo hago para denunciar que el PAN en Durango ha logrado en pocos, muy pocos años, emular e incluso superar las prácticas antidemocráticas e intolerantes de otros partidos políticos en México.

Hace unos días Francisco Martínez, hombre de una pieza, compañero en las brigadas de La Muchachada en 1994, escribió un apasionado, honesto e inteligente artículo, cuestionando el rumbo que ha tomado el PAN en Durango. Lucha permanente de grupos anquilosados con liderazgos cuestionables, pocos espacios para la deliberación y la crítica constructiva, peleas eternas por migajas, mientras el estado se sigue sumiendo en la pobreza y las prácticas antidemocráticas que se suponen deberían ser parte del pasado, todo esto forma parte del diagnóstico de Francisco. Mientras el PAN en Durango se pelea por los chicles, otros se siguen despachando con la cuchara grande, y muchos siguen en pobreza y con falta de oportunidades.

El artículo de Francisco levantó polémica, pero por las razones equivocadas. De inmediato se le colocó una etiqueta: “Seguro su artículo fue escrito a pedido de fulanito, para atacar a sutanito, porque él es miembro de este grupo, y quieren quitarle posiciones a este otro grupo…”Es que Francisco es el nuevo mercenario de este señor, y critica motivado por sus intereses personales.” Así, de ese tamaño, la capacidad de autocrítica, análisis, y debate de ideas en el partido político que nació como contraparte a la intolerancia, la cerrazón, y la falta de crítica democrática en México.

Como ciudadano, yo tengo el deseo profundo de que por el bien de Durango y de México el PAN se abra a una lucha que no sea intolerante y antidemocrática, sino de ideas, de propuestas y de visión liberal a largo plazo. Los desplantes de quienes tienen cooptado al partido, como sucede en Durango, aplazan esta necesaria transformación. El PAN debe ser una opción liberal amplia, pluralista y moderna que acelere el progreso de un país con enorme desigualdad. El PAN de Gómez Morin no era personalizado, dividido, intolerante, y conservador casi a un extremo surrealista. El PAN del que yo y muchos otros mexicanos, ahora alejados de la participación política en ese partido por desilusión, nos enamoramos en la juventud, basaba su fortaleza en sus propuestas y objetivos, y en la permanente actitud crítica ante un sistema que limitaba la libertad humana y reducía el debate a las descalificaciones personales. Ese partido parece estar en extinción. Se necesitan más Franciscos Martínez para recuperarlo.